jueves, 26 de marzo de 2009


Las magnolias y manzanos que has dejado
Han crecido sin ti... buscando su triunfo
Y aprendiendo a vivir con mamá
Que ha luchado por todos mis hermanos

No es que no te necesitemos
Solo es que... menos golpes hay
Y mas profundo es el dolor de no tenerte
Mi mar me dijo que el día de muertos vendrías
Yo no estoy seguro, y no se si es cierto.
Padre todavía te extraño, ya no te odio
He aprendido a perdonarte.
Mírame... hecho todo un hombre.


En honor a un soldado que es mi padre... cuando lo asesinaron había ascendido ya... a la Marina. La base naval del puerto de San José en Guatemala... Estoy seguro de que fue un buen soldado.

Fotografía: José D. G. Ecomá. (Padre del Rey de La Selva)

(Hace mas de 10 años que te fuiste. Descansa en paz)

DIOS BENDIGA A LOS ASESINOS DE PAPÁ, SIMPLEMENTE DEJARON A UNA VIUDA CON OCHO HIJOS POR QUIENES LUCHAR. MI MADRE ES UN EJEMPLO DE ESAS MUJERS DE LUCHA PERO TAMBIEN DE AMOR.

INEXISTENCIA


El bullicio se movía abarrotado en la dificultosa ciudad, el tranvía me hacia paradas insoportablemente arriesgadas. Pasó volando un pájaro y de momento me quedé embelesado en él. Mi cara se convirtió en una estatua, tal vez mi cuerpo entero. Cuando traté de reaccionar estaba totalmente inmóvil, acostado en la cama de un hospital; rodeado de enfermeras que tenían un rostro..., casi, de aspecto animal.

“Un sueño”, –alguien me dijo– Pero estaba soñando despierto dentro de mi propio sueño de embeleso. Perdido en mi adentro y en un mundo diferente. ¡Mi alma melancólica! ¿Es acaso, la soledad... quien me hizo delirar en mi propio ser engañado? “A tí te hablo querido lector, a tí que has sabido comprender mis letras delirantes pero reales, y que te has unido a mí, en mi escondite... para desasir del mal que ardía de inmovible voluntad” “Y mientras hablaba de lo anterior, y ellos escuchaban... sentía desaparecer por instantes. Por un momento quedé calladamente solitario. Las enfermeras regresaron pronto” – parece que murmuraban – ¡Pues si algo queda de vida en este cuerpo no es momento para desperdiciarlo! –Proferían–, pero yo no quise saber mas.

“Estaba tranquilo... pero algo parecían ver, que se retrataba mal en mi manera de mirar, en mi expresión asustada, quizás, o en mi callado porvenir del silencio muerto. Se escucharon pasos, yo no quise pensar nada. Me sumí en una horrenda melancolía pasajera y, sentí que algo... se metió dentro de mí, no sé qué era aquello tan sutil, que en mi cuerpo corría ya como un veneno mortificado por mil almas que cerca de mí, andaban desenvainadas” Pasó el tiempo “sentí yo” pero solo había pasado un segundo. Entraron corriendo cinco humanos vestidos de blanco... y las mismas enfermeras que brillaban ante mis ojos. Su brillo adquiría un tono de muerte, oscuro y rojo. Como algo que domina sobre el amor. ¿Amor de qué ó, de quién? Pensaron que yo estaba dormido, pero tenía los ojos mas abiertos, que el alba. ¡Tan abiertos! Que vi las agujas que traspasaron mi piel... y un objeto con aspecto de plancha que golpeaba sobre mi pecho. –¡Estoy bien!... ¡no hagan eso! “¡Me lastiman!”– Pero no me escuchaban.

Tal vez estaban demasiado ocupados y no quisieron atenderme. Parecía que su atención estaba puesta en mi cuerpo y se olvidaron de mi existencia. ¡Totalmente! ¿Para qué querían que yo viviera? ¿No era mi cuerpo más que cables adheridos a hierros que me lastimaban el alma? “Desperté”... mi pecho se agitaba con gran ímpetu. Parado en medio de una calle, atrapado por autos y camiones que soltaban un aterrador bullicio. No quería despertar, quería seguir dormido... pero el insulto de los conductores me llegó tan adentro, que salí corriendo de en medio de todos los fantasmas que se movían, con llantas, alrededor de mi cuerpo. Yo no estaba allí, estaba muy lejos, en otra dimensión, en otro lugar desconocido que nunca antes vi; pero no quisieron oírme. Todo era azul... quise volver, pero escuché una voz que me repetía – Aun no es tiempo – seguí entonces caminando, como descendiendo de una montaña, envejeciendo por el viento que me hacia viejo, por el tiempo que me derribaba, por el silencio que me atormentaba sin clemencia.

Bajé de la enorme montaña sin árboles, pelada por la crueldad humana. Árboles caídos, tirados, llorando su derrota, lamentando su forma indefensa de rendirse. Uno de los seres naturales, el más viejo, parecía ser; me dijo: – Diles que no le hagan daño a nuestros pequeños – Pero no comprendí lo que quiso decir con eso, por eso decidí contártelo a ti “amado” lector. Sobre el cráter de la desolada montaña, un dragón se alzaba, tirando fuego por la cola, queriendo alcanzarme. Mientras me alejaba, el fuego quemaba las piedras, ¡fuego rebelde!. De ese fuego que a fuerza de luto se mete en las familias y destruye los hogares.

Volví en si; y estaba parado en lo alto de una azotea, muy alto. Que veía a la gente como hormiga delante de mis ojos, escondidos detrás de un túnel negro y consagrado a la maldad. Las personas me miraban, me gritaban algo que yo no entendía, ¿por qué mis oídos no fueron aptos para captar lo que gritaban? “Y quise entonces seguir dormido”. Pero tuve la necesidad de regresar, y al despertar en aquel lado oscuro, mi pecho comenzó a balancearse como una hamaca. Como la que permanecía amarrada a dos árboles en las afueras de mi casa, en el tiempo en que mi padre era déspota y sus años se iban como las nubes y se derretían como los dulces de azúcar en la lengua...

Quise volver al lugar de las enfermeras, pero, había en el tiempo un mueble roto que atravesé, temeroso, y cuando volví, ya no existía el mundo.